LA SOCIEDAD EN LA BAJA EDAD MEDIA. LOS
CONFLICTOS SOCIALES.
El presente tema es de gran
importancia, ya que en él se estudia el tránsito de la sociedad de la Plena a
la Baja Edad Media, que no se produjo de un modo tranquilo y sin problemas. Estudiaremos
las manifestaciones más directas de la crisis, así como sus causas,
especialmente durante el siglo XIV.
I. LA CRISIS
DE LA SOCIEDAD FEUDAL Y EL TRÁNSITO A UNA SOCIEDAD MODERNA.
Ya hemos visto como el siglo XIV
se vio sacudido por una serie de factores (guerras, pestes, hambres, etc.) que
cambiaron radicalmente el panorama agrario y urbano, teniendo repercusiones muy
importantes especialmente en el medio rural donde abundaron los despoblados,
abandono de tierras, venta o concentración de propiedades, etc. Señalábamos
allí el hecho de que, quienes tenían como fuente principal de ingresos las
rentas procedentes del sector agrario (alta y baja nobleza, monasterios,
cabildos, etc.), sufrieron en mayor o menor grado la crisis, según el nivel de
dependencia de dichas rentas. Se calcula que el nivel de las rentas así
percibidas, descendió entre un 30 y un 50%.
La expresión “crisis de
la baja Edad Media” alude a la presencia de una serie de manifestaciones de muy
diversa naturaleza que trastocaron la evolución seguida por la sociedad en el
tiempo que les precedió. Tradicionalmente se ha puesto el acento en los
aspectos demográficos, económicos y sociales de dicha crisis. El retroceso
experimentado por la población europea, particularmente a consecuencia de las
epidemias de mortandad, la caída de la producción (ante todo en el medio
rural), las bruscas alteraciones de los precios y los salarios, y, finalmente,
la acentuación de las tensiones sociales, que alcanzaron cotas desconocidas,
serían las manifestaciones más llamativas de la crisis.
Es un periodo de cambio, del
tránsito de la sociedad de la baja Edad Media a la Moderna, y esta
transformación no se produjo de un modo tranquilo y sin problemas, sino que provocó
malestar y manifestaciones directas de la crisis, especialmente durante el
siglo XIV.
En cuanto a su cronología, varía de
unas regiones a otras, pero podemos hablar en general de los siglos XIV y XV,
especialmente el primero, por lo que a veces se le ha llamado directamente
“crisis del siglo XIV”. Ya estaba presente de forma incipiente en el 1300, pero
se generalizó a lo largo de la decimocuarta centuria, siendo su fase más aguda
en el 1400.
Las interpretaciones
historiográficas de la crisis son muy variadas, incluso se ha llegado a decir que
no existió tal. En general las teorías más aceptadas son las de una “crisis
depresiva”, que revelaba la decadencia de un sistema, o las de una “crisis de
crecimiento”, que anunciaba la génesis de un nuevo mundo. Además, las
interpretaciones se han guiado por otras perspectivas que no son las sociales o
económicas, haciendo mayor hincapié en lo político, intelectual o artístico.
1.1. La aristocracia señorial.
La alta nobleza laica o
eclesiástica resistió mejor la crisis, ya que sus ingresos eran mayores y el
modo de obtenerlos era más diversificado. No ocurrió así con la pequeña
nobleza, poseedora de menores patrimonios, muchos de los cuales eran cultivados
por medio de jornaleros, o percibían rentas procedentes de censos perpetuos
pagados en especie o en moneda, expuestos, en este último caso a las
devaluaciones que abundaron en esta época.
A muchos de estos pequeños
nobles no les quedó otro remedio que vender, con lo cual, al tiempo que
disminuían unos patrimonios, otros aumentaban, ya que la inversión de capitales
en la compra de tierras era una operación segura y bastante productiva, si se
dedicaban a la producción de bienes para el comercio. De esta operación de
compra de tierras se beneficiaron grandes nobles, comerciantes, campesinos
acomodados e instituciones eclesiásticas. En definitiva, quienes tenían
capacidad de inversión.
En este proceso de remodelación
de la estructura social, asistimos también a la transformación de los censos
perpetuos por otros vitalicios, al acortamiento de los plazos de arrendamiento,
y a la difusión del régimen de aparcería, que hacía participar directamente al
propietario del disfrute de una parte de los frutos de la cosecha.
Por contra, en algunos lugares
se acudió al aumento de la sujeción del campesino a la tierra, incluso de
campesinos hasta entonces libres, mediante el expediente de exigir prestaciones
nuevas o caídas en desuso, o mediante el desempeño de funciones
jurisdiccionales reservadas a la monarquía, que permitían a los nobles obtener
nuevas fuentes de ingresos, dando lugar al régimen señorial. Todo esto, en
definitiva, contribuyó al agravamiento de la condición del campesinado que
entró, en muchos casos, en una nueva situación de servidumbre.
La baja nobleza vio otro modo de
salvar la situación entrando a formar parte de la administración del Estado,
ocupando los cargos municipales o fundiéndose con la burguesía en ascenso.
Ni el predominio social ni el status
como grupo privilegiado de la nobleza sufrieron alteraciones importantes en la
baja Edad Media, pero sí sus bases económicas y su capacidad política,
que se transformaron debido a la crisis, con resultados diferentes según unos u
otros.
La pequeña nobleza, sufrió en general un proceso de empobrecimiento,
debido a que sus patrimonios eran pequeños, la mayoría cultivados por jornaleros,
o percibían rentas procedentes de censos perpetuos (muchos de ellos pagados en
moneda por lo que estaban expuestos a las devaluaciones, que abundaron en esta
época). Todo ello hace que les afecte más la crisis y tengan que variar su
situación.
A muchos de estos pequeños
nobles no les quedó otro remedio que vender o ponerse al servicio de la alta nobleza. Otros vieron un modo de salvar la
situación entrando a formar parte de la administración del Estado, ocupando los
cargos municipales o fundiéndose con la burguesía en ascenso hasta formar una clase mixta, patriciados urbanos que adquirían
tierras, privilegios y exenciones, hasta formar una clase poderosa en los
niveles locales, la de los caballeros y hombres principales de Castilla en el
XV, aunque en otras ocasiones, como en Cataluña, la distinción jurídica entre
ciudadanos y pequeña nobleza rural permaneció clara a pesar de su aproximación
social. No faltaron casos de caballeros-bandidos o de comisión de abusos como
remedio individual y transitorio contra la ruina.
Pero al mismo tiempo que algunos salían, la baja nobleza se nutría y
renovaba sin cesar. Las vías hacia la condición nobiliaria eran diversas (la
riqueza, la guerra, la franqueza fiscal, el servicio letrado al rey, la
obtención de la caballería), en ocasiones fue compensado por la entrada de los
caballeros de las ciudades en la aristocracia, como en Castilla, o por la
entrada al servicio de la Corona o de personajes de la alta nobleza.
Así que mientras unos sufrieron los efectos negativos de la crisis,
otros aprovecharon aquella crisis para ascender y otros para enriquecerse más, sobre
todo mediante la compra de tierras, que era una operación segura y bastante
productiva si se dedicaban a la producción de bienes para el comercio. De esta
operación de compra de tierras se beneficiaron especialmente lo grandes nobles,
comerciantes, campesinos acomodados e instituciones eclesiásticas. En
definitiva, quienes tenían capacidad de inversión.
La alta nobleza, laica o eclesiástica, resistió mejor la crisis, ya que
sus ingresos eran mayores, el modo de obtenerlos era más diversificado y podía
defenderse mucho mejor. Aún más cuanto más
cerca del rey y la corte estuviera (podía obtener mercedes, cargos públicos, señoríos
con jurisdicción...) con ellos se hacían más variadas y flexibles sus fuentes
de renta y aumentaban las posibilidades de ahorro e inversión (casi siempre en
tierra que solía ceder en usufructo mediante procedimientos más beneficiosos,
pero también a veces en negocios). En muchos países
europeos aquella fue una época de consolidación y auge de la alta nobleza
dentro de los nuevos marcos políticos, que implicaban la integración en el
poder pre-estatal del rey.
Pero el proceso también conllevaba
la sustitución de muchos viejos linajes extintos o decaídos por otros nuevos,
una renovación profunda, de la que
es buen ejemplo la “nobleza nueva” de los Trastamara en Castilla (siglo XV) o
la renovación de los pares ingleses.
También hubo signos externos de esta
crisis (fastuosidad y nobleza) y renovación, como la aparición y proliferación
de títulos, y cierta decadencia del monopolio militar nobiliario, aunque las
guerras y las armas siguieron siendo su oficio principal y fuente de riqueza,
así como signo de identidad social, exaltado a través del código caballeresco,
de la práctica de torneos, justas y “pasos honrosos”, de la apelación a los
privilegios procesales nobiliarios, o de la pertenencia a Órdenes de Caballería
cortesanas, cuyo valor, aunque no militar, era grande para mantener los fines
sociales y políticos del grupo.
1.2. La caída de las rentas agrarias.
“El mercado se convirtió en
regulador de la relación entre los señores y los nuevos poseedores de la
tierra” (Kriedtke). Durante la crisis agraria bajomedieval, las fuentes de
renta de los dominios rurales quebraron o disminuyeron. Muchos se arruinaron,
otros buscaron otros ingresos compensatorios o cambiaron el tradicional sistema
de rentas.
Más que de un hundimiento de la
economía de las aristocracias europeas rurales, hay que hablar de un esfuerzo
doloroso de conversión de sus rentas, paralelo al que sucedía en toda la
economía. Más que de una crisis, hay que hablar de una renovación, pues a pesar de las ruinas y violencias, el resultado
final fue favorable para lograr un sistema renovado.
Las causas son las características de esta época. Las dificultades eran las siguientes:
- El descenso de los precios de
productos agrarios, en especial de los cereales.
- El aumento de los salarios, debido
a la escasez de mano de obra.
- Frecuentes desajustes monetarios
(desde el último tercio del siglo XIII) y que acentuaban las otras
dificultades.
- Las guerras y crisis políticas.
Las guerras son para algunos un procedimiento para resarcirse de las pérdidas
sufridas en sus ingresos habituales.
El resultado de estas dificultades fue doble:
- El descenso de la
renta señorial, procedente tanto de la explotación directa de la tierra como
del cobro de arrendamientos o de derechos sobre las transacciones de productos
agrarios. Se
calcula que el nivel de las rentas percibidas descendió entre un 30 y un 50%.
- La pérdida de valor de la tierra
misma, aunque ambos hechos no fueron continuos y hubo intentos de restauración
durante la segunda mitad del siglo XIV y primeros años del XV.
Muchas fortunas disminuyeron o
desaparecieron, porque tuvieron que vender bienes para sobrevivir o no valían
al ser improductivos. Otras se mantuvieron mejor, ya que influía la capacidad de
gestión de sus titulares o el poder que poseían.
En general lo sintió menos la alta
nobleza. En Francia los dominios de la alta nobleza y los eclesiásticos
resistieron mejor la crisis. Aunque en otras partes no fue así, por ejemplo la
alta aristocracia padeció mucho más en Inglaterra o en Castilla, donde
numerosos dominios monásticos perdieron gran parte de su valor. También fue
diversa la evolución de los dominios de la media y baja aristocracia.
Ante esta situación aparecieron
diversas medidas de defensa, consecuencia de esa situación:
- Cambios en la explotación de la
tierra.
→ Fue frecuente intentar
la restauración periódica del valor de los censos, sustituyendo los censos
perpetuos por vitalicios. Pero en general fue una medida perjudicial, debido a
las frecuentes devaluaciones monetarias, y también era así si se pagaba en especie.
→ Otro procedimiento
habitual, sobre todo en la Europa atlántica, fue generalizar el régimen de
arrendamientos a corto plazo (entre 5 y 12 años), así se podría adaptar la
renta según las oscilaciones de los precios. Pero esto conllevó que el campesino
medio no podía soportar esta situación de inseguridad, y solo pudieron
permanecer como arrendatarios las capas más altas del campesinado. Esta medida
fue más general e importante en Inglaterra (con los enclosures), pero en los demás países lo único que provocó fue
favorecer la acumulación de tierra en manos de campesinos poderosos (como en
muchas zonas de Castilla).
→ En la Europa mediterránea,
fueron más abundantes las cesiones de tierra en aparcería, que hacía participar
directamente al propietario del disfrute de una parte de los frutos de la
cosecha. Pues allí había un campesinado más pobre en
general, y propietarios más interesados en participar del producto de la tierra
(en Italia se pedía la mitad, mezzadria
italiana, o incluso cuatro quintos como los contratos de “quintería”
castellanos.). La razón de ello fue, en el caso de Italia del norte (Toscana,
Liguria), el estrechamiento de los lazos entre campo y ciudad. Muchos señores
tenían habitualmente la residencia en la ciudad y por ello conocían el mercado.
→ Por otra parte, en el
siglo XV, también en regiones italianas y algunas españolas, hombres de
negocios urbanos y otros burgueses invierten en la compra de tierra o en su
arrendamiento, en especial a instituciones eclesiásticas. Pues era posible
obtener rentabilidad segura, además de que la tierra mantenía su valor, y sobre
todo porque ellos conocían el mercado urbano. Eran formas capitalistas, aunque
muy limitadas, de entender la gestión del sector agrario.
- Cambios sobre el campesinado.
Por
contra, en algunos lugares se acudió al aumento de la sujeción del campesino a
la tierra, incluso de campesinos hasta entonces libres, contribuyendo al
agravamiento de la condición del campesinado.
→ Mediante
el expediente de exigir prestaciones nuevas o caídas en desuso.
→ Mediante
el desempeño de funciones jurisdiccionales reservadas a la monarquía, que
permitían a los nobles obtener nuevas fuentes de ingresos, dando lugar al
régimen señorial.
→ O como en Alemania del
este y Polonia, donde surgía otra forma de reconstitución de las fortunas
señoriales, o de simple crecimiento, pues allí no hubo crisis de los modelos
clásicos, sino retroceso del campesinado libre. En un principio, en esas zonas,
la tierra propiedad de señores (cultivadas con asalariados) era menos que la
tenida por campesinos libres de tipo medio, que no debían corveas. Pero la
crisis demográfica y el abandono o venta de tierras en el último cuarto del
siglo permitió a los señores acumular, y valiéndose del poder que tenían (no
contrarrestado por sus poderes jurisdiccionales) consiguieron la adscripción de
la gleba y la prestación de corveas de numerosos campesinos. Con lo que aquella
“nueva servidumbre” compensó la escasez de mano de obra y permitió la
exportación de cereales en mercados cada vez más amplios en la segunda mitad
del siglo XV.
En resumen, las situaciones son muy
variadas:
- Crisis de los dominios de tipo
tradicional (sobre todo en Francia o Inglaterra).
- Aparecen y se hacen importantes formas
nuevas o renovadas de dominio señorial en diversas partes de Europa (cambios en
los censos, la aparcería, soluciones precapitalistas...). En otras zonas se
buscan nuevas soluciones reviviendo procedimientos de servidumbre campesina,
como en Europa centro-oriental. Aunque esto fue una excepción pues el
mantenimiento a ultranza de los derechos señoriales clásicos fue ineficaz o
provocó fuertes tensiones sociales.
Por
eso en muchas partes los señores prefirieron asumir nuevas formas de dominio y
poder, a veces totalmente desvinculadas de la tierra, como la obtención de
cargos en la nueva administración fiscal monárquica o en la administración del
aparato estatal naciente, o bien de manera legal o ilegal mediante la toma de
renta y jurisdicción perteneciente a las monarquías. La ilegalidad da lugar a
violencias, luchas, etc. La legalidad al crecimiento de señoríos nuevos (como
los que tanto abundan en Castilla) y a establecer nuevos tipos de rentas sobre
los habitantes del señorío, o disponer más fácilmente de parte de su trabajo
por medio de contratos agrarios o mediante la contratación a jornal o
temporada.
Así lo fundamental de todo este
proceso, y para entender como sobrevivió y se renovó el sistema de relaciones
sociales, es distinguir en esta multiplicidad de situaciones de la baja Edad
Media dos cosas:
- Que las formas antiguas de
dominios señoriales habían caído o se habían deteriorado debido a la crisis, y
que aparecen modelos nuevos o renovaciones.
- Y resaltar que una de las
consecuencias de esa situación será fundamental para el futuro: la integración
de la aristocracia señorial en el aparato de los incipientes estados europeos
(ejerciendo jurisdicción, cargos en la nueva fiscalidad, en la guerra, etc.).
1.3. El campesinado. La nueva servidumbre.
También ellos sufrieron
transformaciones, aun cuando continuaran estables sus rasgos fundamentales. Es
más, en aquellos siglos se perfiló por completo y se asentó, pues en esta época
se puso por escrito, en forma de ordenanzas, el régimen jurídico de las
entidades rurales, los tipos de aprovechamiento de la tierra y bienes comunales,
los usos económicos y la administración, etc., para asegurarse la estabilidad
del grupo campesino frente a cualquier intento de cambio sustancial.
Pero al mismo
tiempo, la crisis demográfica y agraria hace que aparezcan y se diversifiquen
las situaciones económicas dentro del campesinado. Desde los campesinos que
tienen que mendigar o exiliarse a la ciudad, a los que tienen que dedicarse al servicio
doméstico o al trabajo asalariado, agrícola o artesanal para completar los
ingresos de sus exiguas explotaciones. Incluso en algunas zonas, de Europa del
este especialmente, se recrudeció el hecho de la servidumbre campesina. Los
restos de situaciones serviles anteriores, que no habían desaparecido en los siglos
XII y XII, tendieron a permanecer.
Pero también, al mismo tiempo, algunos sectores del campesinado se
beneficiaban de la crisis, al pagar censos despreciables por sus tierras, al
poder adquirir otras nuevas y acumular, enriqueciéndose, y a menudo
participando en formas precapitalistas de la actividad económica. Aquellos
campesinos hacendados prevalecieron en las organizaciones locales (municipios y
cofradías), y fueron los interlocutores de los señores, consiguiendo para sí
mejoras fiscales y jurídicas. Acabaron siendo un grupo con cierto poder en el
engranaje de las relaciones sociales desde finales de la Edad Media y en
bastantes regiones contribuyeron a la estabilidad el sistema después de los
cambios de aquel tiempo.
1.4. La sociedad urbana.
Dividir
estrictamente a cualquier sociedad bajomedieval entre ciudad y campo es
artificial. Es cierto que las ciudades eran entes jurídicamente diferenciados,
en buena parte, del mundo rural, sobre todo del sujeto al régimen
feudoseñorial, y esto distinguía a los grupos que las habitaban, pero también
lo es que la ciudad no era una isla separada del campo, ni desde el punto de
vista económico, ni desde el social y el jurídico, pues muchas ejercían su
poder sobre territorios de diversa extensión. Para el estudio de aquellas
sociedades locales se puede apelar a la combinación de elementos jurídicos
(basados en el principio de “vecindad”), económicos (según los niveles de
riqueza y las formas de obtenerla) y socioprofesionales. Las ciudades se convirtieron,
debido a la crisis en el medio rural, en grandes fuentes de creación de riqueza
para unos cuantos (banqueros, comerciantes, burócratas…), sobre unas masas de
asalariados que apenas percibían los frutos de la riqueza generada por ellos.
1.5. La estructura social en el ámbito urbano
bajomedieval.
Las capas
sociales:
- Clases
altas o manos[1]
mayores o poderosos. Eran el 10 o el 15% de la población. Al antiguo
patriciado, se suman los burgueses enriquecidos, y tras las tensiones y
revueltas se incluirán algunos maestros y dirigentes de gremios. Este grupo
resultante, a pesar de su origen mixto, tiene unidad como clase y también como
grupo en auge, siempre según los casos. Muchos de estos nuevos integrantes eran
los hombres de negocios o grandes mercaderes, especialmente en el siglo XV
(Médicis en Florencia; Fugger en Augsburgo; el patriciado barcelonés integrante
de la biga o partido conservador en
el siglo XV; o los mercaderes burgaleses). Era tendencia común en aquellos
grupos buscar formas de vida y situaciones jurídicas que los identificasen con
la nobleza tradicional. En algunos casos como en Cataluña la distinción entre ciutadans honrats y cavallers o baja aristocracia rural permaneció siempre clara, a
pesar de ser iguales jurídica y económicamente. Pero en otros casos como en
Castilla, el acceso a la aristocracia y el carácter “caballeresco” de los
patriciados u oligarquías urbanas fueron mucho más intensos desde tiempo
antiguos.
- Grupos
medios o manos medianos. Suponían el 25% de la población urbana. Dentro de
ellos había algunos sectores con mayores posibilidades: los maestros de
gremios, los hombres de leyes, los servidores y administradores urbanos de la
alta aristocracia, o los comerciantes de algunos ramos. Algunos incluso
disfrutaban de exenciones fiscales (como los francos de las ciudades de
Castilla), pero seguían sin pertenecer a las clases altas.
- Grupos
menores, menudos, menuts
o mano menor. Es el vecindario común, representaba el 60%, y sus niveles de
riqueza eran bajos, hasta el extremo de que muchos o no contribuían o apenas
podían hacerlo al reparto de los “pechos” o impuestos directos de donde
procedía su nombre castellano de “pecheros”.
- Los
marginados. No tenían la condición de “vecinos”. La obtención de la
vecindad se concedía previa solicitud al municipio después de un plazo de
residencia, (normalmente un año y un día) y de asegurar la solvencia económica
y el enraizamiento (mediante vivienda y matrimonio), que aseguraran que cumpliría
sus obligaciones fiscales y militares si llegaba el caso. Entre ellos había
grupos socialmente respetados y a menudo con fuerza económica, como algunas
partes del clero, las colonias de mercaderes extranjeros, o la mayoría, que
eran simplemente forasteros. Pero otras personas no tenían acceso a la
vecindad:
→
Por motivos religiosos: judíos, los musulmanes mudéjares.
→
Por su propia actividad como pobres de solemnidad, prostitutas, rufianes,
gentes de mal vivir, vagabundos, etc.
El
número de marginados creció en las ciudades bajomedievales, incrementado incluso
en algunas del ámbito mediterráneo por el auge del comercio de esclavos en el siglo
XV, y se sistematizó la defensa frente a ellos y el control de su actividad. Así
los marginados que no se les permitía estar en al ciudad se fueron al campo o
zonas descampadas. La prostitución fue regulada y sus lugares de ejercicio
reducidos, a menudo llevados a zonas del arrabal. Se generalizó y reglamentó la
asistencia a los pobres mediante procedimientos de caridad institucional de
limosnas, a través de cofradías o de parroquias, que mantienen mesas y platos
de pobres, y el aumento del número de hospitales que ofrecían alojamiento y comida
más que asistencia médica. Además muchos municipios reglamentaban la práctica
de la mendicidad, limitándola a los pobres avecindados, o declarando días de
reparto.
Los artesanos.
Si el panorama en el campo fue
de un progresivo agravamiento de la condición del campesinado, otro tanto puede
decirse del artesanado de las ciudades. Vimos en el tema anterior, las
condiciones de explotación a las que estaba sometido el artesanado (horarios
prolongados, condiciones de trabajo duras, ausencia de cualquier tipo de
derechos laborales, control de los municipios por los dirigentes gremiales,
dificultad para la promoción, etc.), que hacían su vida muy difícil, al
depender de un salario y no tener los recursos mínimos vitales cubiertos, como
sucedía con las gentes del campo.
Las ciudades se convirtieron, de
esta manera, en grandes fuentes de creación de riqueza para unos cuantos
(banqueros, comerciantes, burócratas, etc.), basadas en la existencia de unas
masas de asalariados que apenas percibían los frutos de la riqueza generada por
ellos.
Fenómenos
asociativos.
Los
fenómenos asociativos fueron frecuentes en los medios urbanos. Eran espacios de
sociabilidad necesarios dadas las características de la sociedad ciudadana
donde eran a menudo más flojos los lazos familiares, más frecuente el desarraigo,
y un medio social en crisis. Así proliferaron numerosas cofradías en el siglo XIV y XV, con fines religiosos y píos,
hospitalarios, políticos o meramente festivos y de relación social, con
frecuencia utilizando como medio la parroquia
o el barrio. Las cofradías
organizaban actos religiosos comunes, actos de confraternización, facilitaban
lugares de reunión y establecían normas de comportamiento y relación (sin
armas, sin malas palabras), introducían zonas de orden, de estabilidad, de
buena organización, en medio de las turbulencias urbanas. Aunque también es
cierto que algunas servían para fomentar fenómenos de exclusión, como las que
comenzaron a surgir en ciudades castellanas que no admitían cristianos nuevos,
o eran cobertura de intereses oligárquicos. Las mujeres no solían contar con
formas asociativas de este género. Las cofradías fueron un elemento
significativo en las sociedades urbanas de los siglos XIV y XV, vivas y en
auge.
Formación de
una identidad colectiva.
También
creció el sentimiento de identidad colectiva en cada ciudad al florecer la historiografía local, que hasta finales
del siglo XIV apenas existía: memorias y anales particulares, ordenar los archivos
y registros urbanos, etc. “Patriotismo cívico” fomentado por los patriciados
urbanos que comenzaron a utilizar la historiografía local como justificación de
su poder. Aunque la gran época de redacción de historias locales fueron los
siglos XVI y XVIII.
Otro
elemento de consolidación de identidad eran las fiestas cívicas, entre las que destacaba la procesión del Hábeas Christi, porque en ellas podía
realzarse el prestigio de los cargos públicos, narrarse historias de la ciudad,
etc.
2. PROBLEMÁTICA
E INTERPRETACIÓN DE LOS LEVANTAMIENTOS POPULARES EN LA EDAD MEDIA.
Esta situación, tanto del campo
como de la ciudad, a la larga no podía generar más que tensiones, luchas y
violencias de todo tipo. De hecho, especialmente a lo largo del siglo XIV,
vamos a asistir a una serie de revueltas sociales que, bajo diversas formas,
alcanzarán casi todos los escenarios europeos.
Hay que precisar, no obstante,
que dichas revueltas no coincidieron, casi nunca, ni en el espacio ni en el
tiempo. Cada una surgió como reacción a unas condiciones de presión concretas.
Entre éstas, las más frecuentes fueron: la imposición de nuevas contribuciones,
como consecuencias de las guerras de los siglos XIV y XV; el aumento de los
precios de los productos básicos; la falta de reglamentación sobre salarios; la
falta de participación en las decisiones municipales, etc.
En muchas de estas revueltas,
especialmente en las urbanas, vemos aparecer un espíritu igualitarista y un
componente milenarista, inculcados por la predicación de miembros del bajo
clero. Predicación exaltada que, en muchos casos, atentaba directamente contra
los fundamentos de aquella sociedad y que hizo que, en su represión,
intervinieran activamente tanto el poder civil como el religioso.
Los campesinos rebeldes
actuaron, principalmente, asaltando castillos y residencias nobiliarias y
eclesiásticas; mientras que los habitantes de las ciudades centraron sus odios
contra el patriciado urbano, comerciantes, banqueros, judíos, etc.
Las principales revueltas
campesinas tuvieron lugar en Francia (Jacquerie) y en Inglaterra (Wat
Tyler) y, ambas, pueden considerarse una consecuencia directa de la Guerra
de los Cien Años. En ambos casos, los campesinos se sublevaron contra la
excesiva presión fiscal y las contribuciones extraordinarias que se derivaban
de aquel conflicto.
Las principales revueltas
urbanas se produjeron donde el artesanado era más fuerte, especialmente en el
campo textil, y su componente principal fue de tipo reivindicativo, tanto en el
campo salarial como en el de participación en los órganos de gobierno de las
ciudades, que estaban acaparados por la clase nobiliaria, primero y, después,
por los grandes representantes de los gremios.
La lucha por el control de las
instituciones municipales fue la tónica general del panorama conflictivo de las
ciudades durante la Baja Edad Media. El enfrentamiento entre las diversas
facciones del patriciado urbano encontró, en el descontento del pueblo, un
terreno abonado para sus planes. Motines tales como el de los Ciompi en
Florencia; el de Cola di Rienzo, en Roma; el de Esteban Marcel, en París o el
de Felipe de Artavalde, en Flandes, responden a este esquema.
2.1. Causas y agentes de las revueltas.
La conflictividad social, qué duda cabe, no
había faltado en los periodos anteriores de la Edad Media, pero es indiscutible
que en el transcurso de los siglos XIV y XV conoció una virulencia inusitada,
de la que dan fe los testimonios conservados de aquel tiempo. Por lo demás, en
dicha época las luchas sociales tuvieron un amplio alcance desde el punto de
vista territorial, pues se propagaron por todo el continente europeo, desde
Escandinavia hasta la Península Ibérica y desde Inglaterra hasta Bohemia.
Ciertamente esa conflictividad adoptó formas muy diversas, tanto por sus
protagonistas como por los cauces específicos que adoptó. No obstante, hay un
aspecto esencial que recorre prácticamente todos los conflictos que se
sucedieron en Europa en los últimos siglos de la Edad Media: la participación,
como agentes principales de las luchas sociales, de los sectores populares, ya
fueran éstos del ámbito rural o del urbano.
La aludida conflictividad respondía, en última
instancia, a la existencia de grupos sociales con intereses claramente
contrapuestos. En el medio rural el conflicto potencial es el que enfrentaba a
los campesinos con los señores territoriales, bajo cuya jurisdicción se
encontraban. En los núcleos urbanos la dicotomía entre la aristocracia y el
común ofrecía asimismo las condiciones apropiadas para el choque. Ahora bien,
esa estructura social, plasmada en la existencia de clases antagónicas, no era
una creación del siglo XIV, sino que había sido heredada del pasado. ¿Por qué,
entonces, se agudizaron las contradicciones sociales en los siglos XIV y XV?
Sin duda la respuesta hay que buscarla en la crisis bajomedieval, que fue la
que generó las circunstancias idóneas pare acentuar los enfrentamientos. De
todos modos es preciso huir de una explicación simplista, que vea en las
revueltas populares sin más los estallidos típicos de una época dominada por la
miseria. No cabe duda de que en los malos años, con su cortejo de catastróficas
cosechas y de posibles hambrunas, la desesperación de los desheredados
favorecía, lógicamente, la explosión social. Pero no es menos cierto, asimismo,
que en los movimientos populares del mundo rural una parte importante les cupo
a los campesinos de mejor posición económica, quejosos del marasmo de los
precios de los granos. Por otra parte, la presión fiscal, particularmente
notoria en aquellos países que se enfrentaron directamente en la guerra de los
Cien Años, es decir, Francia e Inglaterra, fue un factor muy destacado a la
hora de explicar la génesis de los conflictos. ¿Cómo olvidar, por otro lado, la
reacción popular ante la práctica frecuente, por parte de los grandes señores
territoriales, de los malos usos?
Pero las luchas sociales no fueron exclusivas
del ámbito rural. También las hubo en las ciudades, por más que siempre puedan
mencionarse algunos ejemplos de núcleos urbanos que escaparon a dichos
conflictos. Tales fueron los casos, por ejemplo, de ciudades tan significativas
como Venecia, Burdeos o Nuremberg. Mas la tónica dominante de la mayoría de las
urbes, en los siglos finales de la Edad Media, fue la acentuación de la
conflictividad social. Los sectores populares de las ciudades, en términos
generales, estaban explotados desde el punto de vista económico por las
minorías rectoras, pero al mismo tiempo estaban excluidos del acceso al poder
político local, claramente oligarquizado. Ahí se encontraban las claves de la
mencionada conflictividad.
Al igual que en los de cualquier otra época,
en los conflictos sociales que tuvieron lugar en los siglos XIV y XV es preciso
diferenciar los objetivos últimos por los que luchaban los que protagonizaban
la protesta de los motivos concretos que propiciaron su estallido. Sin duda,
una de las causas inmediatas de buena parte de las revueltas populares
de fines del medievo era el rechazo de cargas fiscales que se juzgaban injustas
o abusivas. La sublevación popular inglesa de 1381 estalló a raíz de la
protesta contra el poll-tax que,
previa aprobación del Parlamento, pretendía cobrarse entre los contribuyentes
para hacer frente a los crecientes gastos que ocasionaba la guerra de los Cien
Años. Pero en otras ocasiones la revuelta surgía para impedir el
incumplimiento, por parte de los señores, de los usos y costumbres
tradicionales de un determinado lugar, frecuentemente pisoteados por los
poderosos.
Por lo que se refiere a los objetivos
de las luchas sociales cabe señalar que eran muy nítidos desde un punto de
vista general, pues lo que pretendían los protagonistas de las revueltas era,
básicamente, un mejor reparto tanto de la renta como del acceso al poder
político. Pero los objetivos concretos podían obedecer a una casuística
sumamente variopinta. Es posible, no obstante, que los movimientos
específicamente urbanos tuvieran unos objetivos más precisos que los rurales,
sin duda más vagos en cuanto a sus pretensiones últimas.
La historiografía dedicada a la temática de
las luchas sociales suele distinguir entre conflictos rurales y urbanos. En
principio puede ser valida esta idea, pero a condición de no caer en
simplificaciones inadmisibles. De hecho, no hubo conflictos considerados por
los historiadores como campesinos en los que no participaran también gentes de
las ciudades, pero igualmente, en sentido contrario, las revueltas urbanas
solían propagarse al entorno rural. En todo caso conviene advertir que las
pequeñas ciudades, en el sentido que atribuye R. Hilton a esta expresión, o las
villas, si pensamos en las tierras de la Corona de Castilla, desempeñaron un
papel decisivo en los movimientos populares, incluso en los de carácter
esencialmente campesino. Así sucedió en la Jacquerie
francesa, en la revuelta inglesa de 1381 o en la rebelión irmandiña de tierras gallegas del siglo XV. Esos núcleos urbanos,
en cierto modo equidistantes de las grandes ciudades y de las aldeas, ofrecían
magníficas condiciones para canalizar las protestas de los rebeldes, pero
también para la celebración de asambleas populares, en las que los dirigentes
de la revuelta ensayaban una incipiente oratoria profana. También hay que huir
del esquematismo a la hora de analizar la composición de los grupos
participantes en los conflictos. Hablamos de movimientos populares, pero el
término hay que entenderlo en un sentido amplio. Las sublevaciones campesinas,
orientadas contra el poder de los señores feudales, solían tener en su seno a
gentes de condición mediana, incluso a miembros de la pequeña nobleza. "En
calidad de protagonistas de la oposición al señor aparecen desde los marginados
hasta los caballeros, pasando por los hidalgos", señaló A. Guilarte a propósito
de los movimientos antiseñoriales de ámbito preferentemente rural. Algo
parecido sucedió con las revueltas urbanas, en las que podían darse la mano
gentes del común y miembros de las capas dirigentes, incluidos por supuesto
eclesiásticos.
¿Quienes fueron los dirigentes de las
sublevaciones populares de fines de la Edad Media? Es evidente que a esta
pregunta no puede darse una respuesta de validez universal. Los líderes de las
protestas fueron, sin la menor duda, muy variados desde el punto de vista de su
adscripción social. Encontramos, cómo no, a dirigentes de extracción popular.
Tal fue el caso, entre otros, del tejedor de Brujas, Pierre de Coninc, que
destacó en las luchas sociales de su ciudad de comienzos del siglo XIV, o, años
más tarde, de Michele di Lando, cardador de Florencia, que desempeñó un papel
muy relevante en los sucesos de 1378 en la ciudad del Arno. Pero en otras
muchas ocasiones los cabecillas de las revueltas populares, lejos de reclutarse
entre el común, tenían su origen nada más y nada menos que en las mismísimas
clases privilegiadas. Florencia nos proporciona, de nuevo, un ejemplo singular.
Nos referimos en esta ocasión a Salvestro dei Médici, líder indiscutible de la
revuelta de los ciompi de 1378, que
pertenecía a la familia más poderosa de la ciudad. También destacaba por su
origen social Etienne Marcel, dirigente de la revuelta que estalló en París en
1358. Marcel era el preboste de los mercaderes de la ciudad del Sena. Asimismo,
hay que incluir en este apartado a los dirigentes de la revuelta irmandiña de Galicia de la segunda mitad
del siglo XV, Alonso de Lanzós, Pedro de Osorio y Diego de Lemos, los tres,
miembros de encumbrados linajes de la nobleza galaica.
Una cuestión de la mayor importancia es la
relativa al papel desempeñado por los eclesiásticos en las revueltas populares
de los siglos XIV y XV. Ciertamente hubo movimientos de fuerte sentido
anticlerical, como el que afectó a Flandes marítimo entre los años 1323 y 1328.
Pero dicho caso fue, en cierto modo, una excepción. Amplios sectores del clero,
sobre todo del bajo, que tenía un contacto permanente con la “gente menuda”,
simpatizaron con las revueltas populares, a las que consideraban un castigo
divino contra los abusos de los poderosos, incluyendo en este grupo, por
supuesto, a los altos dignatarios de la Iglesia. Por otra parte los textos
esenciales del Cristianismo, y en primer lugar los Evangelios, sirvieron muy a
menudo de fuente de inspiración a los sediciosos. Así se entiende, por ejemplo,
que el popolo minuto florentino de la
época de la revuelta de los ciompi se
presentase nada más y nada menos que como el popolo di Dio. Hubo, por lo demás, eclesiásticos claramente
comprometidos con los movimientos populares. Quizá el caso más significativo de
todos los conocidos sea el del clérigo inglés John Ball, que se sumó al
levantamiento campesino de 1381. A John Ball se le atribuye una frase célebre
(“cuando Adán araba y Eva hilaba, ¿donde estaba el Señor?”), reveladora de la
posibilidad de concebir un mundo igualitario, aun cuando pareciera puramente
utópico, en el que no hubiera señores ni, por lo tanto, campesinado
dependiente. Es preciso poner de manifiesto, no obstante, cómo el modelo ideal
de los protagonistas de las revueltas populares no se proyectaba sobre el
futuro, sino que se retrotraía al pasado, en concreto a los tiempos
supuestamente idílicos del paraíso terrenal. De todas formas, la Iglesia
oficial nunca se sumó a los movimientos populares, limitando su actuación, en
el mejor de los casos, a proponer reformas morales, que evitaran los abusos y,
en definitiva, hicieran innecesarias las revueltas.
2.2. Tensiones sociales en el campo.
Las
revueltas rurales no produjeron
modificaciones de importancia en las estructuras agrarias, salvo cuando dieron
lugar a decisiones o arbitrajes jurídicos en los que triunfaron algunas de sus
reivindicaciones. Sí interesa su estudio, aparte de por lo que cada una fue en
sí misma, para conocer formas de tensión social y modos de comportamiento de
grupos campesinos que se comprenden mejor dentro de las condiciones de conjunto
de la baja Edad Media.
El bandidismo rural es una situación local y minoritaria. Sobre todo
en zonas apartadas o en momentos de crisis del poder político, atizadas en
ocasiones por campesinos y también por señores que utilizaban aquellos abusos
como medio de aumentar sus ingresos y de imponer su primacía por el terror, o
por bandas de mercenarios sin empleo bélico en un momento dado. Pero no fue
general, cada suceso tuvo su área y su momento específico. Los “golfines” de
los montes de Toledo a finales del siglo XIII y comienzos del XIV, tuchins del Midi francés y chaperons blancs normandos a fines del
XIV o coquillards de Borgoña en el
XV, etc.
Otro ejemplo de tensión son las tensiones no violentas, larvadas, que
desarrollan durante largo tiempo su historia a través de “vías judiciales” o de
“peticiones de poder regio o señorial” y que sólo en algún momento derivan
hacia revueltas abiertas, a menudo con ocasión de desórdenes más generales. Así
es el caso de los campesinos de la Cataluña vieja sujetos a cargas de
servidumbre, cuya redención o “menesa” pretendían fijar en cantidades pactadas
para evitar su determinación al libre albedrío del señor. La cuestión siguió
una larga vía judicial hasta desembocar en revuelta, paralelamente a la guerra
civil catalana de 1462, hasta la solución arbitral dictada por el rey en 1486. Otro
ejemplo son los campesinos o forans
mallorquines contra la preponderancia de la ciudad de Mallorca, que les condujo
a sublevaciones fracasadas en la primera mitad del siglo XV. En Castilla, la
participación de campesinos en luchas de bandos o facciones nobiliarias fue una
forma de manifestar tensiones sociales específicas, aunque no siempre, y lo
mismo sucede con las llamadas genéricamente “resistencias al dominio señorial”,
que aparecen en diversos momentos entre 1366 y 1480.
Revueltas rurales violentas:
2.3. Levantamiento en el Flandes Marítimo (1323-1328).
Flandes volvió a ser escenario de
conflictividad social. Después de la primera gran crisis de subsistencia de
1314-1316 y de la subsiguiente desorganización de los precios de cereales, el
intento de aumentar los impuestos por parte del conde de Flandes, a instancias
del rey de Francia, desencadenó la rebeldía en medios urbanos (tejedores,
bataneros) y en los rurales, donde tomaron la dirección de los sublevados (o karls) campesinos de nivel económico
acomodado. Son estos últimos los principales protagonistas, por más que su eco
llegara a algunas ciudades, como Yprès y Brujas. Estaban recientes también los
malos años de 1321 y 1322, en los que a consecuencia de la adversa climatología
se perdieron las cosechas. Como ya hemos dicho, la causa principal es una
protesta antifiscal: rechazo de los labriegos a pagar el tributo del conde,
pero también se negaban al diezmo de la iglesia. “Fue un tumulto tan grande y
peligroso como desde hacía siglos no se veía”, cuenta un cronista de la época.
Ahora bien, nos equivocaríamos si
consideráramos este movimiento como una simple explosión anárquica causada por
la miseria. Sin duda se sumaron a la revuelta muchos campesinos de condición
modesta, pero todo parece indicar que el más compacto de los grupos sublevados
procedía del campesinado de tipo medio. Por lo demás, al frente del movimiento
figuraban gentes notables, como el señor
de Sijsele, el burgomaestre de Brujas (Guillaume
de Deken) o los campesinos acomodados Nicolás
Zannekin y Jacques Peite.
La revuelta se prolongó durante casi
cinco años, ocasionando más de 3.000 víctimas. La insurgencia, que se
desarrolló con grandes excesos y violencias como era habitual en aquellas
situaciones, fue reprimida con igual dureza después de la victoria del rey de
Francia venido en auxilio del conde, en Cassel
(agosto de 1328). Esta revuelta dejó una profunda huella en Flandes, reflejada
en el folklore y las canciones populares, en las que se denostaba a los karls, aunque se daba cuenta también de
las diferencias entre el campesinado y la nobleza de la época.
El conde era “el encargado de
proteger a los campesinos y artesanos”, este sentimiento de agravio rompe en
Flandes el consenso feudal cuando el señor hace todo lo contrario de lo que le
correspondería según el esquema de “los tres órdenes” como “defensor” de sus
vasallos. La “ideología trifuncional” no es sólo una construcción intelectual,
es una mentalidad extendida que guía las acciones individuales y colectivas de
los hombres medievales.
2.4. La Jacquerie de la Isla de
Francia y la gran revuelta campesina inglesa de 1381.
La Jacquerie[2] de Île de France.
En mayo y junio de 1358, tenia
lugar otra famosa revuelta campesina en las tierras de Île de France (Isla de Francia) próximas a París, paralelamente a
la protagonizada en la ciudad a principios del año por Etienne Marcel (Esteban Marcel) al frente de la
burguesía parisina. La Jacquerie
movilizó a varios miles de campesinos, que contaron con dirigentes como Guillermo Cale, pero no a la totalidad
de la población.
Sin
duda, el motivo último de la revuelta se inscribía en la estructura social del
mundo feudal, con su conocida dicotomía, señores-campesinos. Pero los azotes
que habían padecido los franceses en los años anteriores, desde la peste negra
y los malos años hasta la negativa evolución de la Guerra de los Cien Años (la crisis política y los excesos de gentes de armas después de la
derrota del rey francés en Poitiers; el país estaba a merced de los ingleses y
el monarca galo Juan II el Bueno había sido hecho prisionero)
y la demanda de contribuciones extraordinarias que se derivan de aquel conflicto,
contribuyeron sin duda a agravar el panorama. Es posible incluso que uno de los
principales motivos de la revuelta fuera la caída de los precios de los granos
(la Jacquerie se produce en una de
las principales regiones cerealísticas de Francia). Es decir la Jacquerie fue, en cierta medida, una
revuelta "contra las secuelas de la crisis frumentaria[3]
de principios de siglo".
La
chispa que provocó el incendio fue un enfrentamiento entre los campesinos de
una comarca limítrofe del Beauvais y una banda de caballeros saqueadores,
conflicto que se saldó con la degollación de cuatro caballeros y cinco
escuderos. Así pues, el origen del conflicto fue una reacción defensiva de los
labriegos. Pero a los pocos días la revuelta ya tenía varios focos. Desde el Beauvais
la insurrección se propagó hacia Beauce y Brie, así como hacia Picardía,
Normandía, Champagne y las proximidades de Lorena, si bien en estas últimas
regiones el movimiento tuvo muchos menos bríos.
El
movimiento parecía una explosión de cólera, más o menos espontánea,
protagonizada por los campesinos de más baja condición. Así fue considerado por
la historiografía tradicional, aunque en estos últimos años se han matizado
estos puntos de vista. Es innegable, desde luego, que la rabia de los campesinos
miserables jugó un papel muy destacado en la insurrección de la Jacquerie. Pero
no es menos cierto que en la misma participaron también labriegos de buena
posición económica. Hay que indicar, asimismo, que la Jacquerie contó con el apoyo de algunos sectores urbanos,
particularmente de artesanos.
Por
otra parte, el movimiento no fue tan anárquico como en principio podía parecer
y a pesar de cómo lo describen los cronistas de la época. Tuvo una organización
y tuvo, sobre todo, jefes, por ejemplo resalta Guillaume Carle (Guillermo Cale), caudillo indiscutido de la
insurrección. Carle organizó dentro del movimiento una especie de cancillería.
A él se debía igualmente la idea de ocupar sólo aquellos castillos que en
verdad tuvieran interés desde el punto de vista estratégico, evitando ataques
innecesarios a los restantes.
En
cualquier caso, la Jacquerie fue un
movimiento de gran intensidad pero de corta duración. Ni los esfuerzos de
Marcel, por una parte, ni los de Carle, por otra, lograron que llegara a conectar
el movimiento campesino con el que, por las mismas fechas, había estallado en
París.
Los
testimonios que se han conservado de dicha sublevación campesina nos pintan un
cuadro ciertamente terrible, insistiendo, una y otra vez, en la violencia y la crueldad
de que dieron muestras los labriegos. De todas formas no se puede generalizar
pues la violencia campesina, únicamente se dirigió contra la nobleza laica,
respetando en todo momento, en cambio, los bienes eclesiásticos. Su desarrollo
y sobre todo su final fueron extremadamente violentos, pues existe en ella
(como en otras) un “nerviosismo patológico”, que afecta a los nobles represores
(obsesionados por la necesidad del castigo ejemplar y fuerte).
Su
consecución fue rápida, el 10 de junio de 1358 Carlos el Malo acababa
con la resistencia de los jacques. Su
líder, Guillaume Carle, fue hecho prisionero y, posteriormente, ajusticiado. A
continuación se puso en marcha una dura represión contra los participantes en
la revuelta. A comienzos de agosto, el delfín Carlos emitía ya una carta de
remisión de faltas que permitió la pacificación.
No
obstante, las inseguridades, secuela de la guerra, contribuyeron a la aparición
de fenómenos locales de bandidismo en diversas regiones francesas hasta el siglo
XV. Y aunque fracasó, no se puede olvidar que la Jacquerie dejó una huella muy profunda en la conciencia colectiva
del campesinado del país galo.
El periodo comprendido entre los años 1358 y 1378 fue, dentro de lo que
cabe, una era de paz social. No puede negarse que si analizamos con un mínimo
de detalle los acontecimientos de esos años pueden señalarse movimientos
populares en este o en aquel lugar, aunque por lo general todos ellos fueran de
escasa incidencia. Tal sería, por ejemplo, el caso de la sublevación que se
produjo en la ciudad alemana de Augsburgo en 1368, o de determinados
movimientos que tuvieron lugar por esas mismas fechas en el mundo rural inglés.
Es posible que ejercieran un peso muy fuerte, en esa situación de relativa paz
social, los gravísimos trastornos que habían padecido los europeos en los años
medios de la centuria, lo que habría originado un cansancio generalizado en
todos los sectores sociales. Pero en 1378 el fuego se reavivó, con inusitada
fuerza, inaugurando una etapa, ciertamente breve (apenas duró cinco años, desde
1378 hasta 1383), pero de especial intensidad por lo que a las luchas sociales
se refiere siendo la revuelta de los ciompi
florentinos su máxima expresión.
La gran revuelta campesina inglesa de 1381.
Causas:
- Ocurrió
en un momento agitado de la historia social europea, cuando más profunda era la
situación depresiva y de crisis. Fue el segundo gran conflicto de los años
1378-1383, tras la revuelta de los ciompi.
- También,
como la Jacquerie, fue una consecuencia
de la guerra de los Cien Años (que en ese momento había adquirido un sesgo
negativo para los ingleses) y de sus impuestos para recaudar dinero para los
gastos del conflicto, en concreto tuvo como detonante la resistencia frente a
la contribución extraordinaria acordada por el Parlamento en 1377 y 1380 (el
famoso poll-tax).
- Igualmente,
fue paralela y tuvo relación con el descontento de habitantes de ciudades y con
el de pequeños nobles arruinados o empobrecidos que actuaron como jefes
militares de los rebeldes.
- Incluso
hay un componente ideológico facilitado por las predicaciones de miembros del
bajo clero (John Ball, John Wrawe), en las que se popularizaban
temas como el igualitarismo primitivo como estado perfecto que había que
restaurar.
Es
decir, se trata de una revuelta compleja por sus componentes sociales, aunque
en ella la reivindicación principal sea sin duda campesina, como por ejemplo:
-
Fin de las cargas de servidumbre que permanecían en Inglaterra, incluso
recrudecidas desde mediados del siglo XIII.
-
Abolición de la legislación limitadora de los niveles salariales (contraria a
los intereses campesinos).
-
Incluso en el momento de mayor exaltación, la demanda maximalista de supresión
de bienes de la Iglesia, inspirada en los ideales de los predicadores.
Pero
además de la cuestión fiscal aludida actuaron otros muchos factores en la
sublevación de 1381, tales como los efectos generales de la crisis del siglo,
la utilización por parte de muchos señores territoriales de los malos usos y la
animadversión que existía contra algunos hombres públicos, en primer lugar
contra el poderoso Juan de Gante,
duque de Lancaster.
Tuvo
su comienzo en el territorio de Essex, a fines de mayo, propagándose inmediatamente
a Kent. Los rebeldes envalentonados por sus primeros éxitos, decidieron
proseguir el avance hacia otros territorios vecinos. La revuelta abierta se
desarrolló en junio, después de un periodo de creciente resistencia al fisco. Tras
ocupar las localidades de Dartford y Maidstone, el 10 de junio hacían su
entrada triunfal en Canterbury. Aquí aparece como líder Wav Tyler, y también liberan al clérigo John Ball, encarcelado por sus predicaciones heréticas y su apoyo a
las clases populares más bajas. Los cronistas de la época retratan a ambos de
una manera muy oscura.
Los
rebeldes no se detenían en su avance. Hubo ataques a castillos y destrucción de
archivos señoriales (eran el testimonio de derechos sobre el campesinado), por
ejemplo llegaron a quemar en Canterbury el palacio del arzobispo y el archivo
condal. En Essex fueron atacados los dominios de “los hospitalarios”, como
muestra de protesta contra sir Robert
Hales, el gran maestre de la Orden de Inglaterra, tesorero del rey, y al
parecer, inspirador de la percepción del poll-tax.
Ahora bien, los rebeldes no sólo no manifestaban hostilidad al monarca inglés, Ricardo II, sino que pensaban que con
su acción le ayudarían a desprenderse de los malos consejeros que le rodeaban.
Al menos así respondieron al monarca cuando esté, el día 11 de junio, les envió
un mensaje pidiéndoles que le explicaran los motivos por los que se habían
sublevado. El 13 de junio cruzaban el puente de Londres, entrando en la capital
con ayuda de parte de la población (en loor de multitudes). Una vez allí
persiguieron sin piedad a sus enemigos. Los capturados fueron decapitados, como
Robert Hales. Se prendió fuego al palacio del duque de Lancaster y se atacaba a
los juristas y a los extranjeros, en particular a los tejedores flamencos que
trabajaban en Londres.
Pero uno de los objetivos
fundamentales seguía siendo el rey, del que esperaban mucho los rebeldes (uno
de los lemas de la revolución era “con el rey Ricardo y el auténtico pueblo”).
El 14 de junio se reunieron con el monarca (refugiado en la Torre de Londres),
imponiéndole la aceptación de sus condiciones (en primer lugar libertades,
poniendo fin a los restos de servidumbre que quedaban en el país; arrendamiento
de tierras mediante el pago por los cultivadores de un censo anual, evaluado en
diez peniques por hectárea). El rey y sus oficiales redactaron las cartas de
libertad que habían solicitado los campesinos, al tiempo que daban buenas
palabras a los rebeldes. Pero esto sólo era una treta para ganar tiempo. La sorpresiva
muerte del dirigente de los campesinos, Wat Tyler, que fue decapitado el día 15
de junio por el alcalde de Londres, poco antes de que se reanudaran las
conversaciones, bastó para desorganizar a sus miles de seguidores que se
dispersaron a gran velocidad. Ricardo II, traicionando las esperanzas que en él
habían depositado los insurrectos, había tratado a los campesinos como rebeldes
culpables de sedición. Esa era, al fin y al cabo, la opinión dominante entre
los cronistas de la época.
La contrarrevuelta, dirigida por Robert Knowles, se prolongó hasta la
promulgación de una amnistía regia a mediados de noviembre. Como en otros casos
similares hubo secuelas de inquietud en diversas partes, atizadas por la
predicación popular de los lolardos[4]
(especialmente entre 1408-1420).
Ahora bien, los estudiosos de la
sublevación inglesa de 1381, entre los cuales ocupa un lugar de honor R.
Hilton, han puesto de relieve cómo no sólo participaron en la revuelta
labriegos. Sin duda los campesinos constituían el grupo más numeroso, pero
también secundaron la sublevación gentes de las ciudades, tanto del mundo
artesanal como del mercantil. Por lo demás, en la revuelta tuvieron un papel
muy destacado diversos núcleos urbanos, entre los cuales pueden citarse a St.
Albans, Bury, St. Edmonds o Cambridge, aparte naturalmente de la propia ciudad
de Londres. También contó la revuelta con el apoyo de algunos clérigos. El más
significativo de todos fue el ya citado John Ball, pero asimismo hubo otros que
se pusieron del lado de los rebeldes, como John Wrawe, que llegó a ser un destacado
dirigente en la región de Suffolk; John Batisford, antiguo rector de
Bucklesham, o el capellán de la catedral de Ely John Michel. Incluso personas
de notable poder económico estuvieron en el bando de los sublevados, entre
ellos Thomas Sampson, líder de los insurrectos en la región de Suffolk. Ahora
bien, la heterogeneidad del bando rebelde, en cuanto a su composición social se
refiere, no contradice el hecho cierto de que la sublevación iba dirigida,
básicamente, contra los enemigos de clase de los sectores populares. En
definitiva, como ha puesto de manifiesto R. Hilton, la sublevación inglesa de
1381 fue un "levantamiento de toda la gente que estaba por debajo de
quienes tenían un señorío en el ámbito rural y autoridad reconocida en las
ciudades".
También
hay revueltas de ámbito regional,
desarrolladas al calor de crisis de alcance más amplio. Por ejemplo la de los hermandiños
gallegos en 1467-1469.
Un
componente que abunda en muchas revueltas es el mesiánico o milenarista.
Un cauce mítico-religioso para el descontento social y la aspiración de reforma
radical de la sociedad, basado en un igualitarismo utópico, que restaura la
perfección primitiva del paraíso terrenal, en espera de la inmediata segunda
venida del Mesías cuando ocurriera ya el próximo fin de los tiempos.
El
paso de corrientes milenaristas antiguas en el cristianismo al contexto de la
revuelta social ocurrió durante la depresión bajomedieval, al difundirse con
más rapidez en unos medios cristianos llenos de sentimiento de culpa, la idea
que asimilaba la riqueza y dominio social a presencia del mal. Los rebeldes
encontraban así un soporte ideológico para su reivindicación, pero la absoluta
heterogeneidad entre sus objetivos y la posibilidad concreta de cambio,
producía que fueran demasiado irreales sus triunfos (no tenían objetivos
precisos ni claros) a pesar de que dejaron una profunda huella en las mentalidades
colectivas campesinas.
Uno
de esos movimientos es el de los grupos y procesiones de flagelantes que habían
surgido en Italia desde 1260, en relación con las profecías joaquimitas sobre el advenimiento de la
tercera edad del mundo, y se extendieron a Renania y Alemania del sur. Desde
finales del siglo XIII, con hostilidad hacia la riqueza y la jerarquía
eclesiástica, que se agudizó más tras la gran epidemia de 1348, especialmente
en Alemania, Países Bajos y el norte de Francia. Entre sus excesos los progroms contra judíos en 1349 y asaltos
contra ciudadanos ricos. Todo ello provocaría su condena por Clemente VI. Pero
continuaron sus manifestaciones, y sobre todo su espíritu milenarista y
escatológico, que se nutre aún más por las tensiones sociales.
La
sublevación inglesa de 1381, tuvo también un componente mesiánico en la
intención y propaganda de sus líderes. Wat Tyler es uno de los pocos líderes de
revueltas medievales que se parece a un jefe revolucionario, y es debido
precisamente a que utiliza el mito de la sociedad igualitaria y comunitaria,
extraído de los sermones de los ingleses (Wycliff y sus primeros discípulos en Oxford,
así como de John Ball).
Pero
donde esas ideas fructificaron más plenamente fue en la revuelta de los taboritas en Bohemia, entre 1420-1434,
producida en el contexto del hussismo.
Las raíces remotas están en las predicaciones de Juan Milic, desde 1360, en la difusión de los escritos de Wiclif en
medios universitarios de Praga, y en su interpretación por Juan Hus, cuya ejecución acusado de herejía en 1415 desencadenó la
revuelta, que se caracterizaba por un fuerte elemento anti-alemán, muestra del incipiente
nacionalismo checo. Hubo desde el comienzo dos corrientes: la moderada de los utraquistas (que concluiría por
encontrar la vía de acuerdo con Roma, y a consecuencia con el conjunto de la sociedad)
y la radical de los taboritas (que
reclutó entre sus seguidores a artesanos de Praga, dueños del gobierno
municipal en 1419, y entre campesinos pobres).
Desde
este punto de partida se desarrolló la corriente heterodoxa, con influencia de
ideas sobre la perfección de la pobreza y la inminencia del fin de los tiempos,
en los que influye Wicliff y también miembros de la secta del Libre Espíritu y
de begardos o picardos de Lille y Tournai llegados en 1418.
En la baja Edad Media también se
recrudeció la persecución antijudaica:
ya el movimiento-revuelta de los pastoureaux
en el sur de Francia había tenido fuerte carácter antisemita. Desde 1348 el
fenómeno sería frecuente, aunque más en los medios urbanos: por ejemplo, los progroms de 1391 en ciudades de los
reinos hispánicos.
2.5. Las revueltas urbanas de los siglos XIV y XV.
Los motivos de los
enfrentamientos y revueltas urbanos, tan frecuentes en la baja Edad Media, solían
ser más nítidos y precisos que en el caso de las revueltas rurales. Las principales revueltas urbanas se produjeron donde el artesanado
era más fuerte, especialmente en el campo textil, y su componente principal fue
de tipo reivindicativo, tanto en el campo salarial como en el de participación
en los órganos de gobierno de las ciudades, que estaban acaparados por la clase
nobiliaria, primero y, después, por los grandes representantes de los gremios.
El
enfrentamiento entre las diversas facciones del patriciado urbano encontró
apoyo en el descontento del pueblo. Motines tales como el de los ciompi en Florencia; el de Cola di
Rienzo, en Roma; el de Esteban Marcel, en París; o el de Felipe de Artavalde,
en Flandes, responden a este esquema.
Todo
ello se resume en tres tipologías de revueltas urbanas, socio-políticas unas
veces o en otros casos protagonizadas por un solo grupo social:
1.
Las revueltas y tensiones de origen laboral, debido a la diversificación
laboral de la sociedad urbana.
2.
Tensiones y revueltas debidas a la lucha por el acceso al poder.
3.
Las revueltas debidas al peso de la fiscalidad o la gravedad de la coyuntura
económica.
Las revueltas
y tensiones de origen laboral.
Causas:
-
Bruscas alteraciones de precios y salarios.
-
Las grandes diferencias entre los maestros agremiados y los oficiales que
trabajaban a salario.
Los
medios fueron similares a los de otras
revueltas, pero destaca la solidaridad entre trabajadores urbanos, expresados
en compagnonnages y asociaciones
ilegales, aunque a menudo muy fragmentados, tanto por oficios, como por la desconexión
entre centros urbanos. Las reivindicaciones
más frecuentes se referían al derecho al trabajo, los niveles salariales y la
jornada laboral, y se manifestaron a través de movimientos generalmente breves
(pues los oficiales no tenían medios de resistir económicamente más) y a veces
encubiertos bajo protestas contra cambios fiscales o de luchas políticas o
urbanas.
En
la segunda mitad del siglo XIV abundaron más las revueltas producidas por
problemas de tasas salariales y formas coactivas de contratación que pretendían
compensar la escasez de mano de obra. En la forma de revuelta ya eran
frecuentes las huelgas y destrozos de utillajes. Más adelante (entre 1440 y
1460), destacan las protestas de gentes sin oficio especializado, acuciadas por
el paro que comenzaba a crecer en relación con los primeros momentos del auge
poblacional. Después se entra en una época de apaciguamiento. Es imposible
fijar una cronología común para todo Occidente, pues se producían en
circunstancias muy específicas.
Tensiones y
revueltas debidas a la lucha por el acceso al poder.
También
tenían la dimensión del enfrentamiento de linajes y bandos. Había auténticas
“solidaridades verticales” con miembros de toda extracción social que se
alternaban o sustituían en el gobierno para poder excluir a otros. Resaltan los
intentos de los maestros artesanos (encuadrados en gremios) para dominar o
participar en el gobierno de sus ciudades, intentos que proliferaron desde fin
del siglo XIII con muy variadas consecuencias. En los Países Bajos destacan las revueltas en Douai, Brujas, Bruselas, y
Lieja, que abrieron los gobiernos municipales a los maestros tejedores en la
primera década del XIV, y las resistencias a que otros artesanos consiguieran
lo propio, provocando fuertes enfrentamientos entre tejedores y bataneros en
Gante, Brujas e Yprés entre 1319 y 1350.
En
ciudades del imperio hubo revueltas
de artesanos agremiados, en varias oleadas (1300, 1327, y a mediados de siglo
XIV), pero los resultados fueron muy dispares: en algunas las reivindicaciones
gremiales triunfaron ampliamente (como en Magderburgo, Spira, Worms e incluso
en Colonia desde 1396), en otros sitios se mantuvo un equilibrio de fuerzas
entre antiguo y nuevo patriciado (como sucedió en Vienne o Constanza).
En
Italia, hacia 1300, el antiguo
patriciado de muchas ciudades, había sido desplazado por la burguesía
mercantil, y los enfrentamientos ocurrían entre éste y los diversos grupos de
artesanos que buscaban la intervención en el gobierno. Esto propició revueltas
y malestar y a consecuencia de ellas, a mediados del siglo XIV, en la mayor
parte de las ciudades del norte y centro de Italia, el nuevo patriciado burgués
había desplazado ya por completo a la antigua nobleza urbana y conseguido
contener el proceso de promoción de nuevos grupos dirigentes, que habría
deteriorado a su vez, el predominio obtenido por ellos mismos. Desde entonces en
Italia, como en otras partes, las revueltas para conseguir el acceso al poder
fueron más escasas y corrieron a menudo a cargo de sectores sociales poderosos
pero marginados del gobierno.
Un
ejemplo de excepción es la revuelta de Paris, de los mercaderes parisinos,
dirigidos por Esteban Marcel, en
1357 y 1358, coetánea a la Jacquerie
e inducida por los mismos factores coyunturales de la crisis militar y los
impuestos fiscales extraordinarios, en medio de la lucha política que consumía
el reino, y también con causas y objetivos muy específicos, en especial el
control de la fiscalidad y de la administración reales por los miembros de la
burguesía mercantil parisina y por nobles desplazados de la corte regia. El
fracaso de Marcel y su asesinato apagaron la revuelta.
Las revueltas
debidas al peso de la fiscalidad o la gravedad de la coyuntura económica.
Fueron
también frecuentes pero de nulas consecuencias, en lo que concierne al cambio
social o político. Además casi siempre aparecían envueltas en conmociones
sociales o políticas de más amplio alcance. Sin embargo hubo un momento entre
1378 y 1383, en el que la especial dureza de la coyuntura económica actuó como
motivo principal de revueltas en muchos puntos de Europa.
Las
revueltas de Flandes, Gante 1379 y 1382 en París (llamada de los maillotins) surgen por motivos concretos
distintos: la parisina contra nuevos impuestos pero sujeta a las misma
coyuntura general, así como los desordenes de diversas ciudades hanseáticas
entre 1374 y 1382, e incluso o los progroms
antijudaicos en España en 1391.
Este fue el primer gran
conflicto de los que se abrieron en 1378 y tuvo como escenario la ciudad de
Florencia. Los ciompi eran
trabajadores de baja condición social y económica, principalmente del sector
textil. Asalariados sin derecho a formar parte de los gremios existentes,
equiparados al popolo minuto.
Para entender lo que
sucedió en 1378 en Florencia es preciso traer a colación el trasfondo
socio-económico de la ciudad en aquellos años. El desarrollo de las actividades
artesanales había sido espectacular, lo que había derivado en la aparición de
un amplio sector de obreros asalariados, que vendían su fuerza de trabajo a
cambio de un salario. Sin duda había grandes desigualdades entre los
trabajadores y abundaban los obreros que cobraban salarios muy bajos. Además, esa
masa proletaria no tenía de hecho posibilidades de asociarse, al tiempo que
estaba totalmente excluida de la participación en la administración y el gobierno
local. En Florencia se puede decir que se encontraba el germen del sistema de
producción capitalista.
Salarios bajos, falta
de derechos, imposibilidad de asociación y nula participación en los órganos de
gobierno locales. Ese era el trasfondo, que nos presenta unos sectores populares
dominados y discriminados, y que explica la tensión social florentina, por lo
menos desde mediados del XIV. Una de las quejas más frecuentes de los popolani era la dificultad para
ascender, debido a las trabas que les ponían los maestros. También protestaban
por los elevados impuestos.
Mas para entender la
explosión que tuvo lugar en 1378, a los factores de fondo mencionados hay que
añadir otros de carácter puramente coyuntural. Tales fueron la escasez de
granos del año 1375 y la caída, por más que relativa, que se produjo en la
producción textil de Florencia en el año 1377. Pero también desempeñó un
importante papel el sinsabor causado en la ciudad por la reciente guerra que
había sostenido con la Santa Sede, de la cual se había derivado un fuerte
incremento de los impuestos, destinados a hacer frente a los gastos bélicos.
La
primera fase de la conmoción popular que vivió Florencia en el año 1378 tuvo
lugar en los meses de mayo y junio, y se la puede calificar sin duda de
“reformista”. El 1 de mayo fue nombrado gonfaloniero de la justicia Silvestre de Médicis, que, aunque de
origen patricio, se presento como valedor de las clases populares, en especial
de los artesanos. Su propósito era restablecer las medidas favorables que
habían derogado los poderosos, en especial las “Ordenanzas de justicia”, pero
ante las trabas que se encontró, decidió, en junio, utilizar como presión al
pueblo, incitándole a la rebelión. A finales de junio se produjeron los primeros
tumultos. El retroceso de la Señoría les dio alas y a principios de julio la
ciudad estaba tomada por las milicias populares en un claro ambiente de
preguerra civil.
La
segunda fase, eminentemente “revolucionaria”, se desarrolló en el mes de julio
de 1378. Dirigido por Michele de Lando
al frente de los sottoposti[6]
se produjo el gran estallido el día 20, sitiaron la Señoría e incendiaron
varios palacios de la ciudad del Arno, entre ellos la residencia del podestá de la ciudad, quemando los
archivos de justicia y saqueando las existencias de grano. Como acto puramente
testimonial, capturaron el “estandarte urbano”, verdadero símbolo de la ciudad
de Florencia.
Entre
el 21 y el 22, en medio de una gran actividad, se dedicaron a redactar un
programa, en el que se recogían las principales reclamaciones de las artes
menores y de los ciompi, como la
creación de un arte del popolo minuto. Era una venganza del monopolio
ejercido por las artes mayores. El triunfo se produjo el día 22, en que los
priores de la ciudad capitularon y las masas entraron en el Palacio Viejo. Los
populares formaron una nueva balia,
formada por 37 miembros (32 nuevos) y nombraron 60 caballeros entre los
ciudadanos. Este sería en adelante el verdadero poder ejecutivo en Florencia,
lo que no dejaba de ser una imitación de los poderosos anteriores, aunque se
hiciera “por el bien del pueblo”.
El
día 4 de agosto se produjo la toma de poder de los populares, sancionada en una
solemne ceremonia religiosa. Esta nueva fase, de claro “carácter descendente”,
demostró que el poder quedó en manos de gentes medias (que buscaban mantener
los logros conseguidos) y no de los radicales. Los ciompi pensaban que la revolución no les había servido para nada.
Además el paro había aumentado por el cierre de talleres y el desabastecimiento
de la ciudad era preocupante, por el corte de suministros.
La
pésima situación económica y el hambre generalizada, llevaron a los ciompi a asaltar la señoría el 31 de agosto,
declarando que Michele de Lando era un traidor a la revolución, pero el intento
fue fallido y fueron reducidos. Se volvía poco a poco a la situación previa y
en los meses siguientes, debilitada definitivamente la revuelta, se procedió a
reprimir a los sediciosos. Lando y Silvestre fueron desterrados. Los más
radicales fueron condenados a muerte. Se suprimían las artes creadas a favor de
los ciompi. De hecho éstos, que habían actuado guiados ante todo por impulsos
emocionales y empujados por demagogos, carecían tanto de ideología como de unos
objetivos claramente trazados. En cualquier caso, era evidente que el sueño
igualitario de los ciompi había fracasado ruidosamente. Florencia había vivido,
en la primavera y el verano de 1378, una página particularmente dura de su
historia, que dejaría, no obstante, hondas secuelas, cuando menos de carácter
mental.
2.7. La revuelta de París (Esteban
Marcel, 1358).
La
Jacquerie, así como la revuelta, casi
coetánea, de Esteban Marcel,
sacudieron un país en ruinas, tanto por las derrotas militares ante los
ingleses (Poitiers, en 1356) como
por la reciente peste negra. Los conflictos de los años 1378-1383, en cambio,
fueron protagonizados por las gentes nacidas en la época de las grandes
tormentas, es decir, en los años medios del siglo XIV. El año 1358 fue crucial
para Francia. No sólo estaba el país a merced de los ingleses, sino que el
propio monarca galo, Juan II el Bueno, había sido hecho
prisionero por sus enemigos. A todo ello se añadieron dos sublevaciones, que
estallaron con sólo unos meses de diferencia. Al comenzar el año se produjo en
París una sublevación popular, dirigida por el preboste de los mercaderes,
Etienne Marcel. Sólo unos meses después, en la primavera, las llanuras del
centro de Francia se hallaban en pie de guerra a consecuencia de la
insurrección campesina conocida como la Jacquerie.
Esteban
Marcel, miembro de la alta burguesía parisina, había tenido una destacada
actuación política en los años que precedieron a la revuelta que le hizo
famoso. En particular había sido notoria su participación en la reunión de los
Estados Generales, en representación del estamento ciudadano. Allí había
defendido en todo momento reformas de clara inspiración popular, como la Grande Ordenance de 1357, que intentaba poner a la Corona bajo el control
parlamentario. Pero su colaboración con Carlos
el Malo, conde de Evreux y rey de
Navarra, a la par que personaje político sumamente turbio, dañó su reputación
ante el delfín Carlos, futuro monarca Carlos
V. Esta circunstancia personal, unida al clima de descontento que se vivía
en París en los sectores populares, desembocó en los sucesos del 28 de febrero
de 1358.
Un
contingente integrado por unos 3.000 artesanos, capitaneados por Esteban
Marcel, asaltó el palacio real, asesinando a algunos de los principales
asesores del delfín. Inmediatamente se estableció en París un gobierno
revolucionario, de carácter comunal, liderado por Marcel. No obstante, el
gobierno del preboste de los mercaderes apenas duró unos meses. Por de pronto fracasó
en su intento de aunar los intereses de los grandes comerciantes, por una
parte, y de los oficios, por otra. Tampoco tuvo éxito en su pretensión de
buscar apoyos en algunas ciudades flamencas, ni en su propósito de conectar con
los campesinos del centro de Francia que se habían sublevado en el mes de mayo.
El 31 de julio de 1358, Etienne Marcel caía asesinado por antiguos partidarios
suyos. Carlos, el delfín, pudo recuperar fácilmente el control de París. ¿Es
posible ver en Esteban Marcel, como han propuesto algunos historiadores, una
prefiguración de la revolución francesa de 1789? En cualquier caso nos quedamos
con la opinión de Castelnau sobre el citado personaje: "Esteban Marcel fue
una figura enigmática, incomprendida de sus contemporáneos pero amada por la
posteridad".
2.8. Disturbios en Roma y Flandes
(1379).
Roma.
Poco antes de que mediara el
siglo XIV, tuvo lugar en Roma una aventura sorprendente. Nos referimos a los
sucesos del año 1347, protagonizados por Cola
di Rienzo, un singular personaje, nacido en 1313 en el seno de una humilde
familia. Por lo que sabemos de su vida, Rienzo alcanzó el notariado, tuvo
amistad con Petrarca y adquirió un gran conocimiento de la historia antigua de
Roma. Su vida pública se inició en 1343, año en el que le vemos como delegado
del popolo de Roma en una embajada a
la corte pontificia de Avignon enviada por el gobierno de la ciudad de Roma,
para exponer al papa Clemente VI las
reivindicaciones del Partido Popular Romano, que había ganado ascendencia. El
Papa le nombró “notario y protector de los tesoros de Roma”, y Cola regresó a
su ciudad en 1344. Allí comprobó las ansias de recuperación de gloria
existentes entre la población, por lo que promovió y protagonizó una revolución
que estalló el 20 de mayo de 1347. Apoyado en el popolo y en la gentilezza
(grupo integrado por la pequeña aristocracia y los comerciantes), dirigió a los
ciudadanos al capitolio y allí anunció una serie de edictos contra los nobles.
Ante la aclamación popular asumió poderes dictatoriales y unos días después
tomo el antiguo título de “tribuno”, que le fue renovado unos meses más tarde
con carácter vitalicio. Partidario del igualitarismo mesiánico de Joachim de
Fiore, parece que Rienzo odiaba profundamente a la alta nobleza. No obstante es
posible ver en Cola di Rienzo, como han puesto de manifiesto M. Mollat y Ph.
Wolff, "una mezcla de sinceridad e intriga, de violencia y seducción, de
idealismo y pragmatismo, de rusticidad y cultura".
Pero más allá de los solemnes
fastos, celebrados al modo de la antigua historia de Roma, la principal
obsesión de Cola di Rienzo era acabar con la alta nobleza, lo que explica la
afirmación de Villani: "algunos de los Orsini y los Colonna, así como
otros de Roma, huyeron fuera de la ciudad a sus tierras y a sus castillos para
escapar al furor del tribuno y del pueblo". Pero el tribuno estaba
asimismo muy interesado en perseguir viejos males que estaban anidados en la
sociedad romana, como el vicio y la corrupción. Claro que al mismo tiempo
decidió organizar espectáculos aparatosísimos, como el que tuvo lugar el día 15
de agosto en la iglesia de Santa Maria la Mayor de Roma, acto en el que Rienzo
fue coronado. El historiador Dupré-Theseider calificó al citado acto de
"caricatura fantástica de la coronación imperial".
Realizó
reformas fiscales, judiciales y de la estructura política romana. Entre sus
pretensiones estaba la de unificar Italia, formando de nuevo un “Sacro Imperio”,
bajo el mando de un emperador italiano. Roma sería de nuevo la “sagrada
capital” de una hermandad de italianos cuya misión sería llevar la paz y la
justicia al mundo entero. Para ello concedió la ciudadanía romana a todos los
italianos el 1 de agosto de 1347, preparando la elección del emperador para el
año siguiente.
Los
nobles romanos, dirigidos por las familias de los Orsini y los Colonna, se
alzaron contra Cola, que repelió el ataque el 20 de noviembre de 1347. Pero su
triunfo no fue duradero. El pueblo dejó de seguirle, los aristócratas siguieron
organizándose contra él, y el Papa promulgó una bula declarándole como
criminal, pagano y herético. Un nuevo levantamiento forzó su rendición el 15 de
diciembre de 1347 y se refugió con los ermitaños de las montañas de Maiella.
En
1350 Cola fue a Praga, e intentó ganarse la amistad del emperador Carlos IV con profecías místicas. Pero
el emperador le entregó al arzobispo de Praga y este a su vez al papa Clemente en julio de 1352. Después de ser
absuelto de herejía por la Inquisición, fue liberado y enviado a Italia por el
nuevo Papa, Inocencio VI, para
ayudar al cardenal Gil de Albornoz a
restaurar la autoridad en Roma. Con el nuevo título de “senador”, Cola tuvo un
regreso triunfal el 1 de agosto de 1354.
Su
rehabilitación en el poder fue breve. Acosado por la familia Colonna y la falta
de dinero, gobernó de una manera arbitraria. Los impuestos que aplicó y la
oposición de la curia papal y la nobleza romana a su figura animaron el
descontento y Cola di Rienzo acabo linchado por la enfebrecida multitud el 8 de
octubre de 1354.
Flandes.
El
mundo urbano flamenco fue escenario de luchas sociales a partir del año 1379. Las
relaciones entre los artesanos y el patriciado eran una fuente permanente de
tensiones, agudizadas, si cabe, por el impacto negativo en tantos aspectos que
se derivaba de la crisis general. Pero al mismo tiempo seguía presente, como se
había puesto de manifiesto años atrás, el enfrentamiento entre unos y otros
oficios. Así aconteció en 1379, con motivo de la sublevación popular que
estallo en Brujas, liderada por Jean Yoens,
un banquero, y apoyada por los tejedores. La falta de solidaridad de los
artesanos de otros oficios facilitó el aplastamiento de la rebelión.
Dos
años después, en 1381, la llama pasaba nuevamente a Gante. Felipe van Artevelde, nieto de Jacobo, el histórico dirigente
revolucionario de los años treinta del siglo, se puso al frente de un amplio
movimiento popular. A comienzos de 1382 se constituyó en la ciudad flamenca una
comuna popular. Felipe fue designado capitán de la misma. El movimiento se
propagó a la ciudad de Brujas, donde encontró apoyos en los sectores populares,
sobre todo entre los tejedores. “Solidaridad de intereses, de odios y de
venganzas” era uno de sus lemas. La intervención del rey de Francia, Carlos VI, dio al traste con los
sublevados, aplastados en la batalla de
Roosebeke (1382). Artevelde fue una de las víctimas de aquel encuentro,
considerado por los franceses la otra cara de la moneda de Courtrai[7].
Fue una humillación para las milicias populares flamencas. Pero su influencia
se dejó sentir también en la conflictividad social, notablemente suavizada a
partir de aquella fecha.
[1] Manos: capas sociales.
[2] Jacquerie: su nombre lo toma
de "Jacques Bonhomme", apelativo genérico con el que se designaba en
aquella época en tierras francesas a los rústicos.
[3] Frumentario: perteneciente o
relativo al trigo u otros cereales.
[4] Lolardos: secta religiosa
extendida entre las poblaciones trabajadoras de Inglaterra en los siglos XIV y
XV. Su principal representante fue John Ball, uno de los líderes de la
insurrección campesina de 1381.
[5] Ciompi: término que alude a
los trabajadores de más baja condición social y económica, carentes de
cualquier especialización, obreros asalariados sin derechos de los gremios
textiles de Florencia. Un cronista de esa época definía "ciompi todo el
que es grasiento, sucio y mal vestido", opinión claramente reveladora del
desprecio que sentían hacia ellos los sectores sociales acomodados de la
ciudad.
[7] Batalla de Courtrai (1302):
los artesanos amotinados de la ciudad de Brujas junto al conde de Flandes
consiguen una victoria memorable frente a la todopoderosa caballería francesa.